De bajo costo, uso extremadamente seguro y gran disponibilidad en casi todos los lugares del mundo, el agua ha sido el medio extintor más utilizado para combatir el fuego desde los inicios de la humanidad; un recurso tan efectivo que aún hoy resulta central en el desempeño de los sistemas contra incendios.
En efecto, por muchos de sus atributos tanto físicos como químicos, el agua constituye un elemento sumamente eficiente para extinguir el fuego. Tiene la propiedad de extraer el calor de los cuerpos unas cuatro veces más rápido que cualquier otro líquido no inflamable. No genera toxicidad y puede almacenarse a presión y temperaturas normales. Su punto de ebullición es de 100°C, por lo que está muy por debajo de los límites de pirólisis de la mayoría de los combustibles sólidos, que oscilan entre 250°C y 400°C, con lo cual el enfriado de la superficie por evaporación del agua es altamente eficiente. Sin lugar a dudas, el agua es un elemento crucial para todos los sistemas contra incendios.
Sin embargo, el agua también presenta otras características que no siempre son favorables a la hora de combatir un incendio. Por ejemplo, se congela a 0°C y es conductora de la electricidad. Su uso puede provocar corrosión y deterioro irreversible en ciertos objetos como computadoras, electrodomésticos, documentos, muebles, etc. Su aplicación sobre combustibles líquidos es limitada dado que los mismos flotan sobre el agua separándose en dos fases, como es el caso de los hidrocarburos. En consecuencia, antes de atacar un incendio con agua es muy importante intentar discernir la naturaleza del fuego (A, B, C, D, K), y actuar en consecuencia.
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